Por Alain
Introducción
En la actualidad, uno de los enfoques más pertinentes para abordar el estudio del discurso es aquel que se fundamenta en la disciplina semiótica propuesta por el filósofo Charles Morris en la primera mitad del siglo anterior: la pragmática, sobre todo si se trata de estudiar el discurso presente en las obras teatrales.
En su sentido más amplio, la pragmática es el estudio de la comunicación lingüística en contexto y ésta se encuentra, muy bien plasmada, en cualquier texto teatral: el ambiente (contexto) y los diálogos (actos de habla o discursos) ofrecen, claramente, la sensación de estar frente a un cuadro de la “vida real”, sea ésta cotidiana o no; por ello, la representación de los mencionados textos es, casi siempre, factible[1].
Ahora bien, si la pragmática se ocupa del estudio de la comunicación lingüística en espacios y tiempos determinados, ha de ofrecer ciertas normas que los usuarios de la lengua debemos evidenciar en nuestros discursos con la finalidad de regular nuestros actos comunicativos de manera satisfactoria. Estas reglas constituyen los llamados principios pragmáticos.
En toda obra cuya finalidad es la puesta en escena, siempre y cuando muestre el uso de la palabra, es decir, el empleo del discurso (sea literario, monologal, escrito, oral, directo, indirecto, etc.), los principios de la pragmática están presentes. El asunto está en establecer qué principios aparecen en una determinada obra a diferencia de otras.
En las líneas siguientes, abordaré el estudio de la obra Tiene miedo el oidor del escritor cajamarquino Jorge Díaz Herrera desde una perspectiva pragmática, pues el discurso de sus personajes principales manifiestan la presencia de casi todos los principios de la ya mencionada disciplina.
Pragmática y sus principios en el discurso
La pragmática, al igual que la semántica y la sintaxis es una disciplina semiótica. Se la define como el estudio de las relaciones entre los signos y sus usuarios en un contexto dado e interpreta las emisiones considerando todos los elementos que participan en el circuito de la comunicación. Esto significa que la pragmática trasciende el significado lingüístico para abordar el significado referencial de los enunciados, es decir, que “se ocupa de los sentidos contextuales condicionados que se añaden al significado puramente lingüístico fruto de la gramática de una lengua” (Portolés, 23).
Uno de los aportes filosóficos más importantes referidos a la naturaleza de la relación entre los signos y sus intérpretes reside en la definición de comunicación lingüística intencional de H. Paul Grice. Para Grice, “la comunicación lingüística intencional en la que se transmite un significado no natural es el proceso por el cual un hablante, al decir X, desea comunicar una intención comunicativa concreta y logra su objetivo cuando esa intención es reconocida por el oyente” (Cit. en Van Dijk, 68).
La teoría del significado de Grice pone de relieve que lo dicho por el hablante no necesariamente codifica su intención de forma explícita.
Pues bien, el proceso mediante el cual los interlocutores identifican las intenciones del hablante implica necesariamente la realización de inferencias[2] y el éxito o acierto de las mismas, de acuerdo con Grice, se basa en diferentes principios racionales llamados máximas. Para él, la comunicación se apoya en el principio de cooperación: en las conversaciones, las personas suponemos que las demás harán su contribución “tal como se requiere, en el punto donde ocurre, siguiendo el propósito o la dirección aceptada del intercambio conversacional.” (Cit. en Van Dijk, 69)
El principio de cooperación comprende cuatro categorías universales tomadas de Kant: la máxima de calidad, por la cual decimos lo que creemos que es verdadero; la máxima de cantidad, por la cual las participaciones de los hablantes no deben ser ni menos ni más informativas de lo necesario; la máxima de modo, por la cual se requiere que los hablantes eviten la ambigüedad en sus discursos, y la máxima de relación, por la cual las personas deben ser pertinentes con sus enunciados. Todas ellas tienen la función de guiar a los interlocutores para juzgar las participaciones de los otros en la conversación y comprender lo que se dice.
Estas máximas de Grice fueron el cimiento para el desarrollo de los principios pragmáticos más conocidos: el de informatividad, el de economía, el de sinceridad, el de cortesía y el de relevancia. Todos ellos están interrelacionados, pero son los dos últimos los más importantes.
Ahora bien, en las obras teatrales podemos encontrar, casi siempre, la presencia de los primeros tres principios y Tiene miedo el oidor no es la excepción. El discurso, es decir, “la acción y resultado de utilizar las distintas unidades que facilita la gramática de una lengua en un acto concreto de comunicación” (Cit. en Portolés, 107), empleado por los personajes, manifiesta, claramente, el cumplimiento de los ya citados.
El de informatividad es un principio que señala que los mensajes presentes en nuestros discursos deben aportar datos que se suponen desconocidos u olvidados por los interlocutores; el de economía, indica que las personas deben ofrecer una cuantificación exacta de las magnitudes a las que se refieren, y el de sinceridad, sostiene que en nuestras conversaciones estamos obligados a decir la verdad. La sinceridad es inherente en todos los hablantes, puesto que cada palabra dicha es asumida como verdad. Estos tres principios están mutuamente relacionados y figuran en diferentes enunciados de los protagonistas de la obra de Jorge Díaz Herrera.
Los protagonistas de la obra estudiada son el rey Francisco de Carbajal, el oidor Zárate, la hija de éste, Teresa, y el alférez Gonzalo Blasco, y en base a ellos daremos dos ejemplos concisos que corroboran lo mencionado en el párrafo anterior. Primero, en los momentos en que el rey interroga al oidor por qué motivos no firmó a favor de Gonzalo Pizarro, emite el siguiente discurso: “Juro a Dios y a esta Cruz y las palabras de los Santos Evangelios que firmo por tres motivos: Por MIEDO, por MIEDO y por MIEDO.” (Díaz, 38), y segundo, en los instantes en que el oidor admite la relación amorosa entre su hija y Blasco, dice: “¡Hum!, conste por la señal de la cruz que conciento por tres motivos: Por MIEDO, por MIEDO y por MIEDO.” (Díaz, 67). En ambos casos, lo expresado por el oidor muestra la presencia de los principios de informatividad y de sinceridad.
Otro sencillo pero valioso ejemplo es el discurso de Gonzalo Blasco cuando Teresa lo cataloga como sargento y él le dice: “Alférez, señorita.” (Díaz, 28). Aquí, de modo exacto, nótese que el discurso en sí cumple con los tres principios ya definidos.
Hasta aquí, pareciera que no hay novedad alguna, sin embargo, Tiene miedo el oidor, como lo señalamos líneas atrás, presenta, además, los principios más importantes de la pragmática y no comunes en las obras teatrales, sobre todo en aquéllas de carácter regional. La cortesía y la relevancia constituyen estudios de profundidad en comparación con los anteriores principios y por tal razón son dos tópicos que merecen mención aparte.
La cortesía y relevancia en Tiene miedo el oidor
La cortesía[3], dentro del campo de la pragmática, ha tenido mucha difusión y evolución. Los trabajos de Erving Goffman, Geoffrey Leech, Penelope Brown, Stephen Levinson, entre otros, han contribuido enormemente a su desarrollo.
Los trabajos más resaltantes son los de Leech, Brown y Levinson, y en base a ellos abordaremos el estudio del presente.
La cortesía es el principio regulador de la distancia social (factor del contexto comunicativo que influye en el carácter y en la configuración de los enunciados, es decir, del discurso) en las relaciones interpersonales con el fin de que predomine el equilibrio, se eviten los enfrentamientos y los propósitos de cooperación lleguen a buen puerto.
Leech sostiene que la cortesía trasciende los mensajes. Ella es una propiedad de los actos de habla en sí mismos de tal modo que algunas locuciones “son inherentemente descorteses y otras, como los ofrecimientos, son inherentemente corteses.” (Gutiérrez, 111)
Desde esta perspectiva, Leech diferenció cuatro tipos de actos: competitivos, sociables o conviviales, indiferentes y conflictivos.
En este sentido, en Tiene miedo el oidor figuran los actos sociables. Blasco utiliza expresiones corteses que implican beneficios para su oyente. Por ejemplo, al decirle a Teresa: “Dígame qué debo hacer para volverla a ver. No me niegue esa dicha. Me haría el hombre más feliz de la tierra…” (Díaz, 27) o en los momentos en que se dirige hacia ella de la siguiente manera: “Nunca antes vi criatura más linda… Le juro que ninguna le llegaría siquiera a los pies… Daría todo lo que fuera por siquiera merecer una gracia suya…” (Díaz, 27). En cualquiera de los ejemplos anteriores Blasco es cortés: la galantería y elegancia que se advierten realzan la imagen de su interlocutora produciendo un clima agradable y, sobre todo, favorable para su comunicación.
Pero, ¿Qué tipo de imagen realza Blasco en Teresa? Para responder esta interrogante recurrimos a lo propuesto por Brown y Levinson. Estos autores, basándose en la teoría sociológica de Goffman sostienen que todas las personas tenemos dos tipos de imágenes: la positiva y negativa. La primera “es la preocupación de una persona por que los demás piensen bien de él o de ella, que consideren que realiza una contribución al mundo social” (Van Dijk, 83). Sin embargo, al mismo tiempo, “toda persona desea preservar cierto grado de autonomía, cierto “espacio” en el cual tener libertad de acción y el derecho a no ser coercionado. Este aspecto del prestigio, debido a que reclama el derecho a la no coerción es la imagen negativa” (Van Dijk, 83). De esta manera, podemos afirmar que la imagen que refuerza Blasco en Teresa es la positiva.
A partir de lo dicho, la cortesía, en el campo de la pragmática, toma como uno de sus puntos centrales la propuesta de Brown y Levinson, dejando momentáneamente la teoría de Leech. Ellos proponen, ya no tipos de actos sino tipo de estrategias corteses presentes en los actos de habla de los usuarios de la lengua. Estas son: estrategias de manifestación directa, estrategias positivas de cortesía, estrategias negativas de cortesía, estrategias de reserva y el acto de desentenderse.
En Tiene miedo el oidor, la cortesía está presente porque los discursos de Francisco de Carbajal expresan las estrategias de cortesía de manifestación directa y positivas. Las primeras las apreciamos en los pasajes: “… Ahora. Mi buen Jerez, déjanos solos que ya te llamaré… (Díaz, 36) y “A ver mi estimado padrecito, échele una lecturita para que el señor Oidor se entere.” (Díaz, 37). Podemos apreciar que Carbajal emite aquel discurso puesto que tiene conocimiento de que al hacerlo su imagen positiva –e incluso su imagen negativa– no se encuentra en riesgo ante el interlocutor. Los imperativos del sujeto son corteses en dicha situación porque en ella hay una relación interpersonal asimétrica, es decir, hay una jerarquía entre los interlocutores: un rey no es descortés si emite una orden a su subordinado. La cortesía positiva la notamos en: “¡Buena! ¡Buena mi buen Blasco!...” (Díaz, 34) y “¡Muy buenos días, tenga su señoría! ¡Qué linda jaulita tiene Usted! ¡Debe tener muy lindos pajaritos dentro!” (Díaz, 63). Aquí, el rey refuerza tanto la imagen positiva suya como la de su interlocutor, puesto que en su discurso felicita y saluda, cordialmente, a sus oyentes.
Por otra parte, y culminando el presente ensayo, la teoría de la relevancia fue propuesta por el antropólogo francés Dan Sperber y la lingüista británica Dirdre Wilson en un libro publicado en 1986 titulado “Relevancia”. Ellos propusieron dos modelos de comunicación humana: el modelo del código y el modelo de ostensión –inferencia. El último es el más pertinente puesto que el “proceso decodificación– descodificación puede hallar concreción en lenguajes animales y en autómatas.” (Gutiérrez, 54)
La ostensión es un comportamiento que evidencia una intención comunicativa por parte del hablante. Todo acto ostensivo conlleva una garantía de pertinencia, es decir, un valor informativo coherente que es de interés para el receptor. Éste, cuando capta voluntad ostensiva en un comportamiento del emisor, a través de un proceso inferencial, efectúa una presunción de pertinencia. Parte de la hipótesis de que ese acto ostensivo posee valor relevante y se afana a buscarle sentido.
De acuerdo con Sperber y Wilson un enunciado o emisión o discurso es pertinente y/o relevante cuando produce efectos contextuales, es decir, cuando unido a un contexto genera informaciones que no estaban ni en el enunciado ni en el ambiente, ni en el texto ni el contexto.
En la obra del escritor cajamarquino, lo anterior figura en las conversaciones de Blasco y Teresa. Por ejemplo, en el siguiente diálogo:
“TERESA
¿Sabía mi nombre?
BLASCO
Lo escuché a su padre” (Díaz, 27)
Podemos notar que Blasco responde “sí” pero indirectamente a la interrogante de Teresa y ella es conciente de ello. El asunto está en cómo ella llegó a tal conclusión. En el momento en que Blasco emite su respuesta se inicia el proceso de inferencia. Teresa busca un dato que sea pertinente para obtener la interpretación correcta de la expresión de Blasco. De entre los múltiples conocimientos relacionados con su nombre “Teresa” elige el que la conducirá a la interpretación certera: Mi padre sabe mi nombre. Al unir esta información con la respuesta de Blasco, Teresa concluye que el joven oficial le está diciendo que efectivamente sabía su nombre
Ahora bien, ¿Por qué Blasco no respondió sencillamente “sí”? Por una razón comunicativa: su respuesta es más rica en conocimiento que la simple afirmación Sí. Dice, además, que, probablemente, el padre de Teresa repite con frecuencia el nombre de su hija, que es un hombre muy atento a lo que se dice o que se percató del nombre de la muchacha por alguna razón en particular (talvés porque sintió cierto agrado y atracción desde que la vio y desea cortejarla.)
Otro claro ejemplo podemos encontrarlo en la siguiente conversación que entablan Blasco y Teresa:
“TERESA
¿Vas a luchar?
BLASCO
Una avanzada de Diego Centeno que se acerca a Lima. La compañía saldrá a darles un escarmiento a esos tercos… La gente anda un poco preocupada por esas noticias… Hay traidores que se nos van de la filas. ¡Hum! Mañana les daremos su merecido y…” (Díaz, 41)
Podemos observar claramente que la respuesta de Blasco parece violar la máxima de relevancia, según el esquema griceano, pero Teresa, tras hacer un breve razonamiento descubre su relevancia: Blasco, sí va a luchar.
Para interpretar la respuesta de Blasco, Teresa tuvo que construir un contexto más o menos como el que Blasco esperaba que construyera. En este contexto figuran ciertos conocimientos y creencias, por ejemplo que Blasco pertenece al ejército de Francisco de Carbajal, enemigo de Diego Centeno, y que la compañía de Carbajal luchará contra Centeno. De estas premisas, Teresa saca la implicatura: Blasco luchará. El contexto construido por las premisas es el subconjunto de de los conocimientos que de toda índole que probablemente posee Teresa; tal conjunto está formado por conocimientos científicos, religiosos, culturales, lingüísticos, etc., y los conocimientos que surgen de la situación, conocimientos sobre Blasco y su historia pasada, sobre por qué y cómo llegó a ser oficial, por qué le agrada la lucha, etc.
También es relevante porque, al igual que la cita anterior, el enunciado es rico en información, pues no sólo dice que va a participar en el enfrentamiento sino que además la lucha será reñida y que tiene mucha confianza en que vencerá.
Por último, podemos señalar, de manera puntual, las conclusiones siguientes:
1.- El discurso de los personajes de Tiene miedo el oidor presenta los principios de la pragmática.
2.- La pertinencia es una propiedad gradual, no absoluta.
3.- La relevancia es el principio que explica todos los actos comunicativos.
BIBLIOGRAFÍA
DÍAZ HERRERA, Jorge. Tiene miedo el oidor. Perú: Tupac Amaru. 1970
GUTIÉRREZ ORDÓÑEZ, Salvador. De Pragmática y Semántica. Madrid: Arco/Libros. 2002
PORTOLÉS, José. Pragmática para hispanistas. Madrid: Síntesis. 2004
VAN DIJK, Teun. El Discurso como interacción social. Vol. 2. Barcelona: Gedisa. 2000
[1] Obviamente, no son posibles o fáciles de representar aquellas obras que poseen excesiva carga de ficcionalidad y fantasía.
[2] La inferencia es el proceso cognitivo de carácter deductivo que extrae conclusiones a partir de la combinación de dos o más hipótesis, supuestos o premisas.
[3] La cortesía no puede interpretarse como un principio cognitivo, no hay inferencias siguiendo el principio de Cortesía. La cortesía debe entenderse como un conocimiento que pertenece a nuestra memoria a largo plazo.
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