sábado, 11 de octubre de 2008

EDITORIAL

A nuestra amiga Anita Chang Ruiz,

en el recuerdo.


Oscar Wilde escribe en su prefacio del autor: la moralidad del arte consiste en el uso perfecto de un medio imperfecto.[1] Sin el mínimo rasgo de la genialidad de Wilde, me obligaré una respuesta explicativa al por qué del surgimiento de este pequeño bosquejo artístico.

Todo ser humano, desde que nace hasta que se le olvida, mantiene una constante lucha interna que es visible en su mundo exterior: lograr que aquellas metas, que mejor llamadas son sueños, puedan tener el ligero aire de la realidad. En algunos casos, el logro; en otros, la amargura de lo nunca obtenido. El artista no es ajeno a este humilde trajín.

Muchas veces el artista es un creador; otras, un observador. Pero en esta observación intenta recrear un mundo ejemplar, único e irrepetible; busca el medio, la forma de dar vida o voz a aquellas voces que suplican libertad en los amaneceres del subconsciente, o de la razón, siendo la primaria razón la necesidad de lograr el cúmulo de acciones que disipen la bruma que es el imperfecto espacio donde se desarrollan y subsisten.

El arte es una virtud, una pasión, no una excusa de carácter aislador.

Para conseguir una descripción más exacta, nos centraremos en la realidad. Cobijando una tradición histórica, los nuevos grupos literarios surgen con diversas y significativas voces dentro de vertientes diferentes y bien demarcadas, muchos de ellos manejando la utópica corriente liberadora y otros tantos desbordando la conflictiva belleza del parnasianismo. Es aquí donde la duda surge y se bifurcan los debates en un hilo común, ya que el hedonismo vital de la juventud es, en ciertas ocasiones, un arriesgado vacío, mientras que el intento de cambio por medio de la protesta, una odisea con sabor a derrota.

El grupo literario “Pluma de Carne” evita una idea estigmatizante, albergando diversas voces, con una voz común: la difusión del arte en todas las expresiones posibles. La revista cultural es una de ellas.

Sirva esta moralidad para intentar alejar, de nosotros mismos, los imperfectos círculos de la vanidad y el ahogo.

El editor



[1] El retrato de Dorian Gray. Ed. Oveja Negra. 1986

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