sábado, 11 de octubre de 2008

LOS INQUILINOS DE PAPÁ


Por Ricardo Calderón Inca


El minutero avanzaba grandemente y se acercaba la hora del momento final, no existía objeción alguna por cada integrante de la mesa, cada quien tenía que hacer lo que “comúnmente” se respetaba en la casa. Cuando todo estaba establecido, se esparcía en el lugar un soñoliento silencio que simplemente acogía a la familia y a cada inquilino presente (aunque casi nunca se dejaban ver). Se apagaban las luces aproximadamente a las diez de la noche, debido a que el patriarca acostumbraba a repetir en cada noche, palabras con honda presura: “mañana tienes que estudiar, así que descansa temprano, yo por mientras me encargo de tu hermana.”

Efectivamente, todas las noches mi padre Ramón hacía descansar a Lucero, porque al parecer suyo tenía pesadillas y soñaba con los monstruos debajo de la cama, por mi parte creo yo que eso son tonterías, ya tiene nueve años como para estar pensando en cosas de niñitas, debe aprender de mí, ya soy todo un hombre, he cumplido trece años. En la casa habitaba mi padre, mi hermana y yo, aunque por las noches hay ciertos señores y señoras que habitan el segundo piso, es el cuarto de mi madre. Había fallecido hace cinco años, yo aún siento su presencia, la recuerdo; me divertía con su mirada, me compraba helados, me sacaba a pasear fuera de casa, pero a veces enloquecía, me daba miedo, a Lucero la calateaba en medio de la sala y le echaba agua fría para que dejara de llorar; a mí me amarraba con alambres en las manos, según ella para aprender a comportarme y respetar a mi padre que llegaba arrastrándose a la casa durante las madrugadas; yo la entiendo muy bien, ella quería protegerme, lástima que después de esa noche no la volví a ver más. Como dije, ya todo era totalmente silencio y además todos estaban acostados y creo que yo era el único que se mantenía despierto. Por momentos me entraba la curiosidad de saber quiénes eran esos tipos y tipas que habitaban en lugar de mamá, naturalmente sentí una corazonada de que ellos hacían algo incorrecto; sin embargo, sólo era eso, nada más que una simple intuición. Nada malo podría ocurrir arriba, mi padre puede ser grosero, borracho, usurero, pero no malo y deshonesto. Que yo recuerde, no nos pegaba: “Carajo, no les he dicho par de mierdas que no jugaran alrededor de la mesa… quieren que les bañe con agua caliente mocosos mal paridos…”

Es muy bueno mi padre Ramón, no pretendía hacerle daño con mis cosas de adolescente, con las preguntas tan fueras de lugar, ¿Qué es el sexo?, ¿Qué significan las drogas?, ¿Qué es el sida?, ¿Puedo enamorarme de mi amigo Alonzo? Yo sólo quería saber quiénes eran los inquilinos de la casa. Me levanté despacito, despacito para que papá no se diera cuenta de que quería espiar a sus amigos “hijos de perras”, porque así los llamaba, hijos de perras, yo no entiendo qué quiere decir con eso, de repente conoce a sus madres, deben ser malas madres, quien sabe, aunque hay momentos que observo entre sus labios una gran satisfacción y a la vez una cólera tan dura cuando lo grita fuertemente.

Me coloqué mis pantuflas de conejo y caminé lentamente hacia el segundo piso; escuchaba algunos quejidos, creo más bien que eran gemidos, lo digo debido a que parecía una especie de alegría o algo así.

Cuando me dirigí hacia las gradas de la sala, mis manitas comenzaban a sudar frío, mis pelitos se ponían en punta, era delicioso. Por ratos volteaba a ver si alguien me seguía los pasos, desde que mamá murió tuve siempre esa sensación, de que alguien me estuviese observando las espaldas, sin embargo no había nadie y proseguí caminando hacia los cuartos.

Qué cólera, como era de esperarse el cuarto de mamá se encontraba cerrado, no puedo ingresar así no más, ahora no hay cómo saber qué ocurre por dentro. Casualmente había un agujero debajo de la puerta, así que me asomé a ver. Los señores y las señoras estaban desnudos, seguro que así se acuestan para dormir el uno con el otro, yo a veces hago lo mismo, debe ser para darse abrigo, y es que hace un frío intenso. Eran las doce de la noche y seguían despiertos (¿acaso no tenían sueño?).

Deben ser buenos amigos entre ellos, él señor gordito le presta a su mujer mientras que el otro hace lo mismo y la va tomando de la cintura. Empiezan por hacer cosas extrañas, no puedo ver muy bien por este agujero, quizás si me dejaran entrar podría practicar con ellos y hasta acompañaría al gordito para ayudarle con su trabajo corporal, sí, el que está encima de la señora, supongo que debe ser esposa del otro señor. Mientras ellas se mueven encima de ellos, los señores van sacando una bolsa negra pero blanca por dentro, realmente parecen ser limpios porque van rociando por todo el lugar talco, será acaso que pretenden dejar el cuarto como la casa de Diosito, deben estar preparando la llegada de mamá, por supuesto, ellos desean que mamá regrese por mí y por Lucero o al menos regrese a visitar a papá. En verdad qué buenos son los inquilinos de la casa. Qué extraño, de pronto comienzan a comer el polvo y no sólo es eso, sino que empiezan a meterlo por la nariz, hahaha… qué inocente que soy, cómo va ser talco, eso se llama harina, pero lo que no entiendo es por qué se lo meten a la nariz.

Pasaron más de cuarenta minutos y el niño aún seguía mirando las atrocidades que cometían los señores, los cuales se quedaron dormidos al igual que Danilo, salvo que éste despertó antes que ellos.

¿Qué sucedió?, ¿qué hago tirado en el suelo?, ah verdad, estaba observando cómo se divertían los amigos de papá, voy a ver qué pasó con ellos. En definitiva los señores y señoras, como los llamaba Danilo, habían quedado exhaustos en medio del cuarto. Entonces aprovecharé y abriré la puerta para probar esa harina que aún sobra en la bolsa negra. Sabe raro, haber más, ¡¡¡agggg!!!, está amargo, no se parece a la harina que utilizaba mamá para hacer los pasteles, de todos modos eso no importa ahorita, con tal de que vuelva mamá, todo esta permitido.

El jovencito bajó al primer piso tropezando con las cosas del cuarto, la pequeña dosis de cocaína le había hecho efecto tan rápido que no podía mantenerse de pie por largo rato y mucho menos observar con claridad los objetos.

Me siento muy extraño, no puedo caminar sin estar cayéndome a cada rato, será mejor que me vaya a mi cuarto antes que papá despierte, pero primero pasaré por el cuarto de mi hermanita Lucero a ver si ya se durmió. Danilo al entrar al cuarto de su hermana observó algo aún más extraño que lo que había pasado con los inquilinos, observó a su padre sin ropa encima de la cama de Lucero, mientras ella, desnuda, lloraba en la esquina del cuarto sin consuelo. ¿Y mi hermana?, ¿dónde está?, ahahahah… acá estás hermanita, ¿por qué estás llorando?, ¿acaso mi padre te pegó?, no seas tonta él nunca te haría daño, más bien vamos arriba, al segundo piso, los inquilinos han preparado un lugar especial para ti, hoy vas encontrarte con mamá, mañana seré yo y pasado papá, ah pero eso sí, hazme un favor hermanita, no le digas que estuve despierto toda la noche, quizás ella se enoje conmigo.



[1] Con este cuento, el autor recibió una mención honrosa en la IV Cuentatón de Lima, 2007, organizada por la Municipalidad de Jesús María. La convocatoria fue a nivel nacional.

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