viernes, 10 de octubre de 2008

JEAN PAUL SARTRE: EL ESCRITOR EN SU ÉPOCA

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“El escritor tiene una situación en su época;

cada palabra suya repercute.

Y cada silencio también.”

Jean Paul Sartre. Qué es la literatura.


Por David Navarrete


El siglo XX constituye una época histórica que —mediante crisis políticas y económicas, guerras y revoluciones, pero también mediante enormes progresos en la ciencia y la técnica— ha ejercido en un tiempo relativamente corto, un efecto revolucionario sobre las instituciones sociales, el sistema de valores imperantes, la fe religiosa, las tradiciones y las ideologías imperantes.

Precisamente, en una época así, en donde la superestructura ideológica y los valores relacionados con ella comienzan a tambalearse y en donde incluso está amenazada la misma existencia humana; la problemática, la pregunta por la existencia humana y el problema de la soledad individual en medio de la sociedad de masas, cobra mayor importancia que nunca. A consecuencia de la industrialización y la metropolización, han desaparecido, en gran parte, las vidas tradicionales de la vida comunitaria. El hombre es víctima de una atmósfera de soledad, de irremeabilidad y de resignación, que parece aumentar infinitamente si se observa cómo el hombre produce un mundo de construcciones impersonales, el cual se sustrae siempre de nuevo de su intervención de modo que el individuo se pierde en él.

Esta atmósfera de desesperación, donde los hombres han de luchar en vano contra lo inadmisible e irracional del destino, es, como forma extrema de la alienación, una manifestación de la sociedad moderna. La literatura y la filosofía son imágenes ideológicas que reflejan esta situación: el éxito de Kafka y de Sartre, por citar sólo dos ejemplos, se explica totalmente, por el hecho de que sus obras reflejan los sentimientos y los problemas de los hombres en dicha sociedad.

En medio de esta atmósfera que revestía a todo el siglo XX, tuvo lugar una de las mentes más lucidas que ha dado la humanidad: Jean Paul Sartre. Catalina Uribe en su ensayo “Devolvamos a Sartre a su sitio”, señala lo siguiente:

“Jean-Paul Sartre es uno de los más grandes escritores que ha dado Francia y uno de sus intelectuales más críticos y controvertidos. El vigor de su lenguaje y la diversidad de sus modos de expresión, la profunda unidad de su pensamiento y su compromiso en las luchas concretas de nuestro tiempo, han convertido a Sartre en una celebridad mundial y lo han hecho acreedor de la admiración y la estima de la mayoría de quienes luchan por orientar la historia en vistas a la superación de las injusticias y la conquista de la libertad para todos los hombres.” (Revista Espéculo. Número 15)

La filosofía de Sartre representa una especie de punto de inflexión en la historia del pensamiento contemporáneo y su literatura, una bisagra entre dos épocas de la novela y el teatro francés. La obra de Sartre, por la lucidez de su pensamiento y la audacia de sus temas, constituye uno de los testimonios más representativos de su tiempo. Desde el final de la segunda guerra mundial, ningún intelectual marcó tanto su época como lo hizo él. No en vano, recién despuntado el año 2000, comenzó a ser considerado por muchos como el escritor del siglo en Francia.

Enrolado en el ejército francés en septiembre de 1939, fue hecho prisionero por los alemanes en el año 40. Durante su estadía en el campo de prisioneros en Treves, Alemania, escribió una pieza de teatro, “Baronia”, que incluso fue puesta en escena en la misma prisión. Afortunadamente fue liberado por los alemanes debido a su precaria salud. Gracias a su estatus de civil pudo escapar a París, donde se involucró con la Resistencia Francesa, y participó en la fundación del grupo de resistencia Socialisme et Liberté.

Fue en esta época que conoció a Albert Camus, filósofo y autor muy cercano a sus puntos de vista, con el que estableció una cercana amistad hasta que las disputas políticas en torno al marxismo y al llamado socialismo real, los separaron. Cuando terminó la guerra, Sartre estableció “Les Temps Modernes” (Los Tiempos Modernos), una revista mensual de análisis literario y político. En ésta empezó a escribir a tiempo completo mientras seguía con su activismo político, abandonando su carrera de profesor.

Sartre se afilió al P.C.F., aunque apenas fue miembro durante algunas semanas, y desempeñó un papel prominente en la lucha contra el colonialismo francés en Argelia. Se podría decir que fue el simpatizante más notable de la guerra de liberación de Argelia. Tenía una ayudante doméstica argelina, Arlette Elkaim, a quien hizo hija adoptiva en 1965. Se opuso a la Guerra de Vietnam, y junto a Bertrand Russell y otras luminarias, organizó un tribunal con el propósito de exhibir los crímenes de guerra de Estados Unidos. El tribunal se llamaba “Tribunal Russell”.

Con su contribución a la transformación del mundo de las ideas, Sartre ocupa un lugar importante en la historia de la cultura. Como testigo ejemplar supo manifestar, a través de sus escritos, las principales cuestiones que movilizaron a los hombres de su época. La trayectoria filosófica, literaria y política de Jean Paul Sartre es la expresión peculiar de una época, a través de la conciencia de un individuo particular, íntimamente comprometido con la historia de su tiempo. No hay duda de que la obra de Sartre no sólo constituyó la forma en la cual realizó su «apropiación» de la historia, sino que contribuyó a que los hombres tomaran conciencia de su papel de «sujetos» activos en la construcción del devenir histórico, tal como él concebía que debiera ser una historia «humana». En el texto de Germán Uribe “Sartre: un siglo”, podemos darnos cuenta del compromiso del escritor de La Náusea con su contexto, y es que no sólo escritos como “¿Qué es la literatura?” –en donde afirma el compromiso del escritor con su época– manifiestan este compromiso, sino su vida misma.

Han pasado más de cien años de aquel 21 de junio de 1905 en París, y aún de Jean Paul Sartre se sigue hablando como si este hombrecito de apenas un metro y cincuenta y cinco centímetros de estatura, y bizco por añadidura, estuviera aún deambulando por los cafés de Montparnasse, exasperando y fustigando, pero también dilucidando sobre lo divino y lo humano a quien lo quisiera oír o leer.

Las obras de Jean Paul Sartre revelan un ser humano lleno de angustia ante las circunstancias que la vida le presenta. La condena a ser libres y elegir una de las posibilidades que él se ha configurado, es una constante en sus personajes. La existencia de los personajes de Sartre precede a su esencia, Así por ejemplo: Roquetin (La náusea), Mateo (La edad de la razón), Lizzy (La puta respetuosa), Garcin, Inés, Estelle (A puerta cerrada) y los prisioneros (El Muro), son seres comprometidos. Su situación tiene límites inviolables los cuales no pueden transgredir. Ellos no pudieron ser otros aunque quisieron o desearon serlo. Por ahora están ahí libres y comprometidos, responsables y culpables.

Los personajes sartreanos son ante todo una posibilidad: la posibilidad de ser. De nadie puede decirse que “es”, sino después de muerto. Mientras existan, ellos son una posibilidad en desarrollo, viva y cambiante. Esto se debe a que su existencia no es otra cosa que ser un ser posible.

Con respecto a sus debates, son muchas las polémicas que Sartre afrontó en su vida. Entre las más conocidas están la que tuvo con el marxista húngaro Adán Schaff, con quien debatió en torno a la importancia del existencialismo dentro de la concepción marxista y la idea de esta antropología existencialista. Otro de los debates es una conferencia acerca del papel de la literatura (¿para qué sirve la literatura?). En ella, Sartre polemiza con Ricarduo y Simona de Beauvoir sobre el compromiso en la literatura. Sin embargo, según los críticos y estudiosos de Jean Paul Sartre, una —y tal vez la única polémica— que Sartre perdió fue con el marxista francés Althusser. El énfasis de Sartre en los valores humanistas de Marx, lo llevó al famoso debate con el principal intelectual comunista en Francia en 1960. Algunos dicen que éste es el único debate público que Sartre perdió en su vida, pero hasta la fecha sigue siendo un evento controvertido en ciertos círculos filosóficos de Francia. “Sartre da una conferencia en la Écoie Normale Supérieure respondiendo a una petición de Alain Badiou. Al parecer sólo un interlocutor consiguió acorralar a Sartre —pero una vez, una sola vez— en un verdadero cara a cara intelectual: este interlocutor fue Louis Althusser. El entonces director, Jean Hyppolite, cursó una invitación a Canguilhem y Merleau-Ponty; también se encontraba allí el catedrático de filosofía Louis Althusser con todos sus alumnos. Sartre habló de los ‘posibles en la historia” —según Régis Debray— y Althusser le respondió. Era éste quien mantenía una posición más dialéctica, englobando el pensamiento de Sartre. El “cogito” sartriano era, decía, difícil de mantener dentro de un planteamiento marxista de la historia. Para Debray, que entonces preparaba la cátedra de filosofía, la justa terminó con la victoria de Althusser; Canguilhem, por su parte, reparó sobre todo en la “malicia de las preguntas de los normalistas althusserianos. El debate Sartre-Althusser constituyó un acontecimiento único, que ninguno de los asistentes podría olvidar. Sin embargo, nunca fue publicado, lo que quizá sea una lástima”.

Pero sin duda el debate más difundido es el que sostuvo con Albert Camus. No queremos emitir un juicio con respeto a esta polémica, ya que temo que mi pasión por la literatura de Sartre de un ganador cuando en el fondo los únicos que ganamos fuimos los lectores de estos dos grandes titanes de la literatura. A continuación citaremos parte de la carta que Sartre le contesta a Albert Camus:

“Querido Camus:

Nuestra amistad no ha sido fácil, pero la echaré de menos. Si la rompe usted hoy, será porque estaba destinada romperse. Nos acercaban muchas cosas; pocas nos separaban. Pero aun ese poco fue demasiado, ya que también la amistad tiende al totalitarismo: hay que optar entre el acuerdo en todo o caso el distanciamiento. Hasta los que no pertenecen a ningún partido se comportan como si militaran en partidos imaginarios. No voy a repetir: así son las cosas; pero por eso justamente hubiera preferido que nuestra discrepancia actual fuera de fondo, y que no la contaminase no sé qué tufillo de vanidad herida. ¡Quién hubiera dicho, quién hubiera podido suponer que todo había de terminar entre nosotros a raíz de una disputa literaria, en la que a usted le tocó el papel de un Trissotin y a mí el de un Vadius!” (Carta dirigida a Albert Camus. Les Temps modernes. Número 82. Agosto. 1952).

Tamaña envergadura alcanzó esta personita de ojo izquierdo extraviado, fumador y bebedor compulsivo, mujeriego incorregible y abusador ocasional de barbitúricos y anfetaminas que ponía al servicio de su endiablado furor al estudio. Lo cierto es que la envergadura de Sartre no se debe a que en 1964 le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura, el cual, coherente consigo mismo, rechazó aduciendo que al aceptarlo comprometía su integridad como escritor. En fin, pueden transcurrir veinticinco, cien, quinientos años, y a Sartre siempre se le recordará, por su vida y por su obra, como lo que fue: un hombre total.

Lo atacaron en nombre de Dios y de la ciencia, de la moral y la decencia, de la juventud, de la vejez, de la derecha, de la izquierda, del conformismo ofendido, del comunismo y el anticomunismo, del honor nacional y la bandera. Lo cierto, es que jamás se dejará de hablar de Jean Paul Sartre, y la humanidad siempre seguirá leyendo a este extraordinario escritor. Los estudios de Sartre justifican su existencia eligiendo su esencia.

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